
Ir a su sitio web
El día de gloria de Zinkl



Hay ajedrecistas que pasan a la historia por una sola partida , como le ocurrió a Adolf Zinkl; su gran torneo fue el de Berlín de 1897
Atractiva jugada perdedora
El inglés Amos Burn fue uno de los mejores ajedrecistas del finales del siglo XIX. La partida contra Halprin en el Torneo del Jubileo Imperial de 1898 en Viena fue, quizá, su obra más brillante
La joya del León de Kentucky
Burn se atrevió con una jugada que terminó costándole la partida contra Showalter en un encuentro por telégrafo entre las selecciones de Inglaterra y EE UU en 1898
Una jugada intermedia y letal
Harry Pillsbury ya ganó dos veces a Wilhelm Steinitz, primer campeón del mundo oficial del ajedrez, en 1892. Tres años más tarde repitió victoria en el torneo de San Petersburgo, en Rusia
El búmeran como obra de arte
A pesar de sufrir sífilis, el estadounidense Harry Pillsbury siguió produciendo obras de arte, como esta ante Schiffers en 1898
El perfecto ataque Pillsbury
Harry Pillsbury pasó a la historia no solo por sus sensacionales partidas, consideradas obras de arte, también porque un ataque fue bautizado con su nombre
La última joya de Pillsbury
Harry Pillsbury se enfrentó dos años antes de su muerte al campeón del mundo Emanuel Lasker por última vez. Y le ganó
Gran remate de Lasker
Emanuel Lasker "rozó la perfección" en una partida que disputó contra el patriarca del ajedrez ruso Mijaíl Chigorin en Londres en 1899. Así ganó la partida el campeón alemán
La 'Araña Negra' no perdona
Emanuel Lasker "rozó la perfección" en una partida que disputó contra el patriarca del ajedrez ruso Mijaíl Chigorin en Londres en 1899. Así ganó la partida el campeón alemán
La primera joya de Marshall
Leontxo recrea la jugada que hizo pasar a la historia al estadounidense Frank Marshall, en el Torneo de Londres de 1899.
La elegancia de Janowski
No fue una partida apoteósica, pero el juego con el que el polaco David Janowski abatió al genial estadounidense Harry Pillsbury se caracterizó por su clase. La partida de este lunes fue en el mítico Torneo de Londres de 1899 y Pillsbury acabó retirándose.
Arte ecuestre de Maroczy
En esta ocasión, Leontxo reproduce un final de caballos y pocos peones, el del húngaro Geza Maroczy. La partida fue en Viena, en 1899.
Mieses, el rey del mambo
En el París de 1900 el alemán Jacques Mieses, uno de los jugadores de ajedrez más longevos de la historia, venció al francés David Janowsky en la que consideró su partida más brillante
Reverencia a Chigorin
En el San Petersburgo de 1874, Mijaíl Chigorin y el famoso astrónomo ruso, Víktor Knorre, se enfrentan en una partida de ajedrez en la que Chigorin realiza una jugada que Leontxo García recuerda como una de las joyas escondidas del siglo 19.
El golpe fabuloso de Mieses
Si se hace una lista de las jugadas más brillantes de todos los tiempos, hay que tomar en cuenta ésta del alemán Jacques Mieses que recrea Leontxo.
El sublime truco de Marshall
Si hubiese un campeonato del mundo de trampas, el conocido estadounidense Frank Marshall sería uno de los candidatos a ser el campeón del mundo de esa modalidad.
Obra de arte a dos manos
Una de las mejores partidas de ajedrez es la que jugaron el maestro Emmanuel Lasker y el casi desconocido pero brillante William Napier en 1904. La amenaza final de Lasker hizo abandonar a Napier, pero queda una bonita anécdota del juego: el campeón le propuso a su rival que presentaran la partida al Premio de Belleza.
Demolición artística
El ataque de David Janovsky a Siegbert Tarrasch, en 1905, se hizo popular por barrer del tablero con gran contundencia a uno de los grandes ajedrecistas de la historia.
Arte sublime de Rubinstein
En 15 siglos de historia hubo pocas partidas tan bellas como la que en 1907 jugaron en Lodz los polacos Akiba Rubinstein y Georg Rotlewi. El conocido como el primer campeón del mundo sin corona se cubrió de gloria después de que Rotlewi se retirara. No tenía nada que hacer con las blancas que quedaban sobre el tablero.
Una gema del joven Rubinstein
Si casi el 100% de los grandes jugadores de ajedrez comenzó antes de los 10 años, en el caso de Akiba Rubinstein, no ocurrió hasta los 16, cuando dejó sus estudios encaminos a ser rabino para dedicarse al ajedrez. En su legado deja partidas como la que ganó con 22 años en Polonia al también polaco Bartóshkevich. Era 1902 y fue una de las primeras gemas del joven jugador.
Un mate de antología
A veces, la belleza extraordinaria de una partida de ajedrez no está en lo que fue, sino en lo que pudo haber sido porque el rival no colaboró para crear una obra de arte. Esa fue, en la Viena de 1908, la actitud del checo Oldřich Duras ante el polaco Akiba Rubinstein, quien sin embargo recibió el Premio de la Brillantez por un mate que nunca ocurrió.
La catarata de Tartakower
El francopolaco Savielly Tartakower, uno de los ajedrecistas más fascinantes de los primeros años del siglo XX, firmó joyas como la que jugó con el austriaco Carl Schlechter. La partida incluye cuatro sacrificios de pieza y se celebró en San Petesburgo (Rusia), en 1909.
El estreno de Capablanca
El cubano José Raúl Capablanca será siempre uno de los mayores genios de la historia del ajedrez. Saltó a la fama en el torneo de San Sebastián, en 1911. Esta magnífica partida es su primera joya. Y aunque fue su rival, el ruso Ossip Bernstein, uno de los que criticó que el cubano fuese invitado al torneo –consideraba que no tenía los méritos suficientes–, el juego de Capablanca acabó mereciendo el Premio de Belleza. El cubano ganó además el torneo, uno de los mejores de la época.
Spielmann,
‘el amo del ataque’
El ajedrez iguala a todas las religiones, razas, clases sociales, ideologías políticas y edades. A pesar de ello, el austríaco de orígen judío Rudolf Spielmann (1883-1942), bautizado como 'el amo del ataque', fue uno de los últimos románticos del deporte mental, virtuoso de los sacrificios de piezas. Murió pobre en Suecia tras huir del horror nazi, pero antes nos dejó obras de arte como esta aplastante victoria sobre el gran Akiba Rubinstein, una de las estrellas emergentes en 1911.
Oro de 24 quilates
La quincuagésima entrega de esta colección es algo muy especial porque contiene la que para muchos es la jugada más bella de la historia. La hizo el estadounidense Frank Marshall, uno de los mejores ajedrecistas del mundo en los primeros años del siglo XX, frente al ruso Stepan Levitsky.
Si el ajedrez fuera solo táctica, Marshall habría sido probablemente campeón del mundo. Nos dejó varias joyas inmortales, y la que jugó en Breslavia, en 1912, es la más inolvidable de todas. Una parte de la historia de esta partida cuenta que, tras la victoria del estadounidense, los espectadores estallaron en aplausos y comenzaron a lanzar monedas de oro al tablero. La otra es la que cuenta el propio jugador en una autobiografía, según la cual fue la organización la que le premió con un saco de ellas. Sensaciones fuertes.